jueves, 13 de marzo de 2008

David Campos: La bicicleta




Podré tornar enrera quan estigui massa lluny,
podré tornar enrera quan sigui massa tard.

Sopa de Cabra


Subí a la bicicleta marca BH, modelo verde pequeña,
cuando niño, cuando niño alegre solitario,
con la luna en el cencerro y el cencerro
en el timbre de la bici, del trance de la tarde,
de la tarde y el polvo, del polvo y la desconciencia,
e intentaba pedalear rápido y no perder el equilibrio, con el cuerpecito
y la camiseta blanca, con el pantaloncito corto,

después de la foto con el cigarrillo en la boca
y el permiso de los del poder de decidir y los aplausos
y las golosinas del paladar y la lengua, esa lengua importante,
todo eso que se me escapaba
asesinando al aire, después de la diversión y los ademanes infantiles
que tanto envidio hoy y tanto respeto, con algo de nostalgia,
y el aliento impulsivo, impulsivo del bueno,
aún sabiendo del tiempo y de la nada
con afán de enaltecer la vida que tantas palabras optimistas requiere,
que vuela por segundos o menos que eso,
sin nadie saberlo,

con un reflejo de higo y el ser en la recolección de las moras,
del suelo al árbol, del marrón al verde, del verde al azul del cielo,
tal vez una diversión de marioneta o una pregunta
sin respuesta, eso, tal vez una pregunta que no renuncia,
aún sabiendo de la falta de fin, en esa multitud de fines salubres,
del asco y el triunfo, del asco y el aburrimiento,
de todo lo archisabido,
del asco y el conflicto, del conflicto con el espejo,
del conflicto con la cultura, del conflicto de género, de la imposibilidad de tener ganas de saber,
del asco y el futuro,
del asco y el asco,

yo,
pedaleando, sudando con placer, alcanzo
los fines innecesarios, por placer, sin necesidad,
derrochando, tal vez como debiera ser, sí, así
sin saber que pronto será la hora del trabajo, tal vez mañana,
del capitalismo sucio, del capitalismo que destruye
porque ya no sabe donde colocar sus excedentes, que hacer con su basura, sus desechos,
abusando
del ser humano enfermo, todo un sistema
que construye ciudades blancas
que parecen hospitales saturados, espacios de intrusismo y condicionantes,
delimitando la energía de la acción altruista,
altruista desconsiderada y por lo tanto ética,
condescendiente,
con la mirada de sorpresa del paseante anónimo, del sujeto, del personaje,

yo intentaba no caer, iba encima del aparato de la técnica verde,la bicicleta,
pedaleando con fuerza, rápido,
caigo otra vez,
sin pronunciar palabras tales como: mierda,
por desconocimiento, por ignorancia,
en un ejercicio voluntario(el de aprender a pedalear por ejemplo), de aquellos
que en la madurez no se repiten:
el conocimiento por el conocimiento, tal vez el poder, sin yo saberlo,
ejercicio sano, sin molestias,
como un hombrecito, yo el árabe,
el diferente, el oscuro, el gitano,
así, con los demás niños, interrelacionado en el espacio,
en el espacio donde estamos todos,

enajenándonos los unos a los otros,
con la suspicacia o el desconocimiento, construyendo
tejados de papel y guerras de acero,
donde tal vez se sufre también,
como en aquella predicción del oráculo falso, con los niños
que al parecer sabían de razas y colores,
sin yo saberlo,
el catalán, sin saberlo,
la plazoleta estaba ardiendo de gente, los papis de los demás sonrientes,
la yaya parecía joven y sus mejillas blancas
perdían su color de nácar y volvían con prisas al rojo,
nos habíamos olvidado todos ya
de la asistenta social, del dinero y los dolores,

yo no sabía,
yo no sabía nada de oficios, yo veía pasar gente,
la yaya adelantaba una pierna para volver a la palabra
después del descanso, yo escuchaba y seguía mi tejemaneje pedaleando,
el bullicio rondaba y el sol lucía colores mate y alegres,
pedaleando, miraba hacia arriba como en aquel cuadro de Miró,
el niño y el perro, el niño y el sol, la comunión, el amor,
hacia el rojo y el círculo, cuando niño,
sin saber, marca BH,

y pedaleaba, y caía al suelo, a la arena, la mejilla marcada,
insistiendo en apretar los dientes y no llorar, insensatamente,
desde la nunca- liberación, y levantarme y volver a intentarlo,
yo el niño, el niño pupas, allí estaba la mama: ¡levanta, ánimo!,
acababa de salir de la cárcel la mama, yo no sabía de porras
ni de violencia, yo no sabía nada,
nada de sombras, nada de barrotes, de crueldades, miraba a los niños,
me parecía que los demás sí sabían de bicicletas,

y volver a caer, y levantarse, sin saber que este movimiento
iba a ser eterno, un juego del sino de la vida, de la vida que no se repite,
tal vez, sin yo saberlo,
como se repite ese preciso movimiento, del caer, del levantarse,
del haber perdido ya algo,

la mama si era rara, la mama atracaba bancos, era morena y guapa,
tal vez había sufrido mucho, yo no sabía nada,
en esa ciudad de cemento y entre tanto grito y agravio, tal vez se rebeló contra todo,
yo pedaleaba, no veía las llamas de fuego,
cayendo como una bestia, como un animal delicado,
tal vez como un niño,
sin yo saberlo, entre miradas desconocidas y entusiastas
de aquella tarde incomprendida, entre momentos
de descaro y de placidez, de las madres y las abuelas,
de la locura y la infancia, del delirio
en sí mismo.
Al final: aprendes,
al final: pedaleas,
al final: corres.

1 comentario:

Small Blue Thing dijo...

Hola nikosianos y nikosianas: muy bonita la nueva "pinta" del blog. Enhorabuena por el reportaje en Telecinco.